3 de octubre de 2007

Detras de lar rejas, en silla de ruedas.

Solíamos juntarnos con Reche, Piali y Dresec en el parque Centenario, en los bancos que están a unos cincuenta metros de la avenida Diaz Velez, a decir las pavadas que nos hacían reír un rato, tomar una cerveza o fumar algún porro. A eso de las ocho de la noche íbamos para ahí y, siempre en la nuestra, mirábamos a los deportistas aficionados de la ciudad, los reivindicadores de la salud física, los deleitantes de la vida, o los aburridos de sus esposas hacer sus actividades. Seguramente ellos, cada uno de ellos pensara algo sobre nosotros, obviamente malo. Señalados de vagos, drogadictos, borrachos, boluditos, pendejos boluditos, pero ese es otro tema al que prefiero hacer oído sordo.

Estaba el pelado de rodillera que medio rengeaba con la zurda, corría una horita reloj. Nos llamaba la atención de que siempre andaba con las mismas medias, aunque siempre distinta remera o pantalón o rodillera incluso, venia con las mismas medias del día anterior, y anterior y anterior y etc. etc.. La minita de dieciséis años con el culo un poquito gordo para ser el que sale en las propagandas, linda, siempre decíamos que esa iba a estar buena toda la vida, había que frenarla de su corrida y hablarla, nada más que eso. Piali decía que se llamaba Lucia, Dresec que se llamaba Priscila y ni yo ni Reche teníamos conocimientos aproximados al tema como para desenmascarar al mentiroso, impostor, o solo olvidadizo de los dos. Reche un Martes justo antes de irnos se paró en el banco y "¡che morocha!, ¡deciles a los chicos como te llamás porque sino los venís a separar vos cuando se caguen a trompadas!" le gritó, "Nidia" respondió rápido, hizo seis o siete pasos y volvió a gritar "Reche, ¿no?", "el mismo", y siguió y ese día no volvió a pasar.

También solía frecuentar la zona una señora de treintaipico de años que yo una vez había visto practicándole sexo oral al cuidador del edificio de enfrente, un elegante encargado de seguridad que miraba a todo el mundo desde un escalón que nunca bajaba en sus horas de trabajo, se mantenía sin pisar la vereda, ¿vértigo?, pero los chicos no me creían.

Siempre pasaban dos pibes a las ocho y media exactamente, vestidos con trajes negros, zapatos no muy brillantes pero en buen estado y además del gel de sus cabellos llevaban no menos de dos piercings en la cara cada uno. Fue el miércoles 4 de noviembre del 2013, hace cinco años y medio, el más alto de los dos, sin intención, golpeó su maletín contra uno de los bancos de cemento en la periferia del parque, el sonido me llamó la atención y giré el cuello hacia ellos, igual tarea hizo Piali. El maletín estaba abierto y el solo sostenía la mitad que tenia atornillada la manija, por el suelo caen ocho grandes fajos de billetes violetas, claramente se notaba que no eran nuevos. Lo que podría se indicio de plata mas bien ilícita. Los dos se agacharon exasperadamente y comenzaron a juntar los fajos de dinero, aunque la reacción fue extravagante, juntaron y ordenaron todo de manera tranquila y siguieron su camino sin mirar hacia acá ni hacia ningún lado que no sea su adelante. Así desaparecieron por alguna calle de los alrededores del parque como todos los rutinarios días.

Luego de comentarnos entre nosotros la rara situación, bromeamos alabando lo bueno de la idea de asaltarlos, sacarles la guita sin saber de donde venía y no venir más al parque, lugares de encuentro no faltan en la ciudad. Siempre entre bromas fuimos esculpiendo un plan de asalto más o menos factible en el que, yo y Piali nos íbamos a cruzar con ellos dos una vez que pisaran la vereda del parque, a punta de pistola, o de pistolas, se verían obligados a entregar la carne de nuestra presa, y Reche y Dresec llegarían en auto para la huida. Con Dresec al volante y Reche en el asiento del acompañante, abriría las puertas de atrás para que sin problemas subamos con el botín en nuestras manos.

Tres meses después habíamos conseguido el auto del tío de Dresec que se iba de vacaciones a no se donde por cuatro meses, tiempo suficiente para que el recuerdo de un palio negro se borre de cualquier memoria, y más aún de cualquier búsqueda. Las armas las tenía yo en casa, dos pistolas, una calibre 38 que opté por empuñar yo y una 9 mm que Piali dijo saber utilizar.

Los cruzamos un jueves, recuerdo bien que en la calle no había mucha gente, era un jueves frío y con algo de neblina, momentos atrás una fina lluvia, cuasi-garúa, lamía cada superficie a la que se exponía. No fue difícil sacarles de las manos los maletines, practicamente los entregaron solos. Apuntandolos al pecho nos subimos al auto, que hacía chillar sus frenos y escarbar las ruedas queriendo escapar al mismos tiempo. Tomamos Diaz Velez justo con el semáforo en verde y el primero de la avenida decidió pasarlo en rojo. En el segundo frenó ya con los dos increpados lejos, a unas cuatro cuadras. Doblamos en Río de Janeiro y dejamos el auto a unos treinta metros de la pequeña calle Panamá, lo entramos y fuimos hasta el departamento de su tío a contar la plata. Mientras Piali buscaba la llave, un Orión rojo, con vidrios casi espejados se estacionó frente a la puerta del edificio. Dos ametralladoras de mano empezaron a estamparnos plomazos por todo el cuerpo a los cuatro, Dresec fue el primero en doblar las rodillas y recibir el certero en la cabeza. El siguiente fui yo, con un tiro en la rodilla izquierda y otro en la cadera no pude combatir la gravedad y al caer con la cabeza tras el cuerpo tieso de Dresec no recibí el tiro de gracia. Reche y Piali, ambos cayeron juntos sobre mi. Hoy también recuerdo escuchar que luego de recuperar los maletines ellos también salieron haciendo chillar las ruedas.

No hay comentarios: