13 de diciembre de 2008

Y llovió en el cielo.

Porque el deposito tiene mucho espacio se instaló la colchonera frente a mi oblicua ventana. Es un galpón de material preconstruido y cimentado sobre los restos de la antigua AFIA, implotada durante la década olvidada. Los varios sucecivos dueños y exdueños del inmenso refugio son y lo serán individuos politicamente idóneos.
Martes, Viernes y Sábados llegaban los muchachos colgados del vehículo escoltando pesados colchones, cuales luego de ser acumulados eran vendidos, enmoñados, al gentío.
El año daba y las cómodas bolsas llenas de pluma desaparecían, como el viento, de los muestrarios y vidrieras.
El conductor, gesto en mi llamativo, se mantenía en la puerta del vehículo, vestía el negro y descansaba la punta de su bota sobre el único estribo aluminiado. Tras intensa descarga desaparecían, vacíos, sobre el cemento.
Una semana obtuve el siguiente dato: Bajaban 55 colchones y 75 almohadas los Viernes y Sábados, los Martes solo 15 colchones y 30 almohadas; entendible, el semanario se adjunta Jueves o Miércoles.
Un Martes llovió y se les mojó todo y el conductor miraba el suelo o el agua o veía mis ojos en algún reflejo. En su palma el índice se enfriaba.
Luego del Desmoronamiento la gente Gramón ha conseguido el beneficio de cultivar su germen. Ellos se producen y se compran ahora. Si la condición de prófugo en libertad me obligara a no gozar del enanismo dominante entre los Armados, expandiría mis motivos, resaltando ese corte en la cola del lagarto.
Crujieron los rincones que no encajan en la bolsa de este cuerpo cuando frenando la luz me expuse bajo el Sol de la mañana. Una lluvia que arrastró medias desprevenidas y tierra ahora en mi humedece las plantas. La primera vez que miró hacia mi ventana y me vio lo vi y giré el cuello como doblando una barra de estaño. También la humedad llego a las palmas y la rodilla perdió algo de fuerza diestra. Con las manos rozé la punta de mis pies y manteniendo la cabeza entre las piernas sugerí un vistazo, él lo sabía, al segundo se torció ubicando el ala de su boina en dirección opuesta a los vidrios que sus ojos intentaban partir, enrojeciendo la mano ajustada a su cintura, dejando temblar una boca desencajada. Yo miré hacia la nada y desaparecí.

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