tierra,
lo escaseante: alrededores sin
fundamento alguno,
la tibia enroscada,
esa plegaria que habilita
o no
en su cielo, también de luz.
Disparos de tarde a noche,
para que florezca el dominio
zigzageante de las bestias
incineradas.
Mientras veo en la sangre letras,
que "lo dicho no fue hecho"
aclara el sepulcro;
- ¡Toma mis ojos mujer!.
- No hoy, sufro por ellos.
- ¡Cava entre mis uñas tu guarida!.
- Ya no.
Vuelvo al viento que gira
esferas, se apaciguan del impulso
y estrellan sus conciencias, a la
deriva, en el "Mar de Aún".
Sereno desarraigo un hombro
que torcía la noche, con la
sola magia del color, y en lo
lejos no era diáfano ni opaco.
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