24 de noviembre de 2007

Hoguera dulce hoguera.

Entró a la iglesia solo. Era un sábado que rondaba el mediodía. Se tomó el atrevimiento de sacarse los zapatos aunque en el lugar había tanta gente como demasiada. Venía de caminar las cinco cuadras que separan al templo de su casa. Solo cinco cuadras, pero a las 2 de la tarde, un 8 de enero parecían ser cincuenta. El Sol se encargaba, al mismo tiempo que hacia sudar sus pies, de marchitar todas y cada una de las hojas verdes que a su vista apareciesen.
Dejado atrás un infierno tomó contacto con el otro. Dentro del gigantesco edificio sagrado la temperatura era solo uno o dos grados menos que afuera, y al no correr, practicamente, nada de aire me atrevo a decir que entre la iglesia y un sauna el se hubiese decidido seguramente por la segunda opción.
Se ubicó cerca de la inmensa puerta que resguarda desde hace añares la paz divina de la religión pura. Aquí cada tanto una ráfaga del aire que baja por el hueco del campanario le da un sutil respiro a los pulmones de los que logramos interceptarla.
El cura les hablaba a sus discípulos, les contaba toda la verdad, les hacia entender lo hermoso de la religión y todo eso que dicen los curas. Hubiese sido una misa normal de verano si no fuese por el estruendo que se produjo cuando un corpulento hombre que parado junto a su esposa se desvaneció sobre el banco que estaba delante de el. El ruido fue a maderas que se partían y a huesos que partían maderas y a un hombro que se partía contra el suelo y, como pensabas, a un suelo que partía un hombro.
El escandalo fue general. "No se amontonen, abran paso al medico" con el micrófono el cura organizaba la atención al sujeto. "Ustedes señores, muevan sus narices de la puerta así entra aire, no se amontonen les dije!!!!" vociferaba el cura perdiendo de a poco la paciencia que dios le inculcaba desde niño. Al llegar la ambulancia el señor ya estaba incorporado, sentado sobre el banco que trozó en su caída. Sobre sus propios pasos dejo la iglesia y sin aceptar la ayuda ni de los médicos ni de su esposa se subió al móvil que lo depositaria en el hospital.
"Ya está, los médicos se encargarán de que Don Gustavo se ponga nuevamente bien. Ahora ¿pueden callarse y así continuamos con la misa y rezamos un Ave María por la salud de Don Gustavo?" con un tono algo arrogante estableció la tranquilidad el cura y la misa continuó su curso divino.
No media hora, no veinte, ni siquiera diez, cinco minutos después un grito femenino inundó los oídos de todos los presentes, de aquí deduzco que también inundó los oídos de dios, ya que esta presente en todos lados y mas que nada en su hoguera dulce hoguera. "Mi marido falleció!, mi marido se murió!, se murió!" gritaba Rita Carrita. Sentado, con los ojos abiertos mirando la oscuridad de la muerte, tomando de la mano a Rita, Segundo Third había dejado de vivir.
No quiso mirarlo, ni escuchar mas nada, ni pisar nunca mas una iglesia. Afuera, mientras desertaba, las cinco cuadras le parecieron dos pasos.

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