
Como ya todos saben, la época del rock and roll, en el año 2032 se vio irrumpida por una masiva vuelta a las raíces de los instrumentos, dejando a todas ultimas la posibilidad de hacer un rock con estos primitivos aparatos. Esta progresiva desaparición de los instrumentos eléctricos, la practicamente evaporación de las cuerdas de metal ha englobado un viejo nuevo estilo musical llamado Kenuera, mediante la adaptación de técnicas ahora emergentes a las ya conocidas se crea una suerte de climax tribal, o mejor dicho new-tribal porque la proliferación de flashes, luces destellantes, lasers y ambientes psicodelicos no fue suprimida de ningún modo.
Estábamos en la desquería, buscábamos un disco viejo, ya muy viejo, del que mi padre me había hablado. Me había dicho Kalifornication, o kaliforniktion, o algo así, que por el solo orgullo de hacerme el entendido le asentí con un suave movimiento de cabeza y el siguió hablando, y no me dijo ¿Como que no lo conocés?, juntando los cinco extremos de sus dedos y mostrármelos cerca de los ojos, cosa que acostumbra cuando hablamos de sus viejas bandas de rock and roll y yo no los conocía. Mirando entre los discos llenos de polvillo que Jerónimo "el manco" Taboada tenia en su tienda, a Mauro se le ocurrió preguntarle al hijo del manco si sabía donde estaba o si lo tenía o si era ese el nombre real(no recuerdo exactamente). Mauro lo conocía desde hace bastante, pero aún el largo de la relación de amistad no nos dice nada. Solían ir, luego de la clase de educación física, a cazar gorriones con la honda, era una tarde saciada de belleza, la primavera en el pueblo trae estos placeres, el viento cálido, el Sol apenas caliente, las nubes todas ausentes y, justo esa tarde, poca tarea colegial. Fue una acción desencadenada en nada, cuando advirtió el presente este ya era futuro, demasiado tarde. Mauro vio el pájaro posarse suavemente y en soledad sobre una de las ramas desgajadas del pino grande, pulentin (el hijo del manco) le tiró el hondazo sin decir nada, y eso entre chicos de pueblo es jugar sucio, es ser traicionero y hasta delator en el caso que la presa consiga la huida, y si los comentarios llegan a otros oídos, podría nunca más salir a cazar acompañado puesto que la cometida es la peor de las faltas. Mauro tampoco dijo nada, le apuntó a la cabeza y con la tuerca que algún auto perdió de su rueda le tiró el hondazo. Pulentin mirando hacia adelante recibió la tuerca girando y a velocidad exedida. Esta rosó fuertemente su ojo izquierdo e impactó en su tabique, quedando como saldo de la venganza un ojo que ya no goza de transformar energía lumínica en impulsos y reacciones y un tabique hecho polvo, cual luego de sucesivas operaciones conserva su evidente deformidad. Volviendo a la tienda, la respuesta que recibió Mauro fue un "no" suave pero que no daba lugar a repreguntar. Salimos del local sin nada más que el disco que pude robar mientras el manco y pulentin buscaban las calcomanías del local en una caja de la que solo salía olor a putrefacción. Dimos la vuelta en la esquina y Mauro, que me había visto hurtando, me lo sacó de la cintura y nos dimos cuenta que había sacado el anterior, Grandes éxitos de Lenny Kravitz. En esta ocasión tampoco dijo nada, me miró y yo asentí con el mismo gesto que anteriormente le hacía a mi padre. Lo tiró dos pasos adelante nuestro y la caja se abrió. Diez o quince saltos sobre el cd, por el cual me había arriesgado a visitar la comisaria, y ya no era un ejemplar de esa colección, pero seguía conservando su genero: ¡Basura!.
Fuimos hablando, una vez más, mientas pateábamos piedras en los costados de la calle, y llegamos a ponernos de acuerdo que en el pueblo nadie vive "mal". Luego de la implementación del control poblacional mundial ya hace unos veinte años los asentamientos civiles denominados ciudades se han redistribuido rápidamente, por lo menos en este pequeño país. En el pueblo se vive mejor o peor, pero ya nadie vive como antes se decía "mal".
Faltando dos cuadras para llegar a casa la señora de Gutierrez, doña Elvira Llantos nos hizo señas con un trapo y nos acercamos. Se escuchaba asombrosamente nítido el impacto del gran chorro de agua que atravesaba la cocina y se desparramaba tiñendo de gris la pared blanqueada con cal. La señora no encontraba la llave de agua para cortar la circulación de la sangré insípida que corría vehementemente por las arterias del caserón y se derramaba en la cocina, ahora más cercana a una tina. Yo ya había arriesgado mi pellejo robando el disco, ahora era el turno de Mauro. Se sacó la remera y se sumergió en la cocina. Primero cesó el ruido, luego, salió Mauro. Mojado y temblando. Elvira nos dio media torta de limón que no se había mojado en recompensa por acudir a la emergencia. Torta que pasar por entre nuestros dientes no tardó ni el tiempo necesario para llegar a la esquina de mi domicilio.
Mi padre conserva esa antigua costumbre de fumar en la sala de entrada, o antesala de la casa. De esta manera yo, dos casas antes mediante el olfateo del tabaco quemado puedo precisar si mi padre está en la antesala o no, o si estuvo hace poco o no. El olor a humo era notorio. Entramos a casa por el patio para no cruzarnos con mi viejo, que seguro le iba a preguntar a Mauro sobre su cabeza mojada y ni yo ni Mauro teníamos ganas de dar explicaciones sin sentido. Pero al pasar no lo vimos fumando su pipa añeja, "se habrá ido hace poco" dije entredientes. Entramos al cuarto mio, el ultimo del largo pasillo que es mi casa, y lo vi a mi viejo escuchando con los auriculares en los oídos, de espalda a nosotros, sosteniendo los pequeños parlantes ajustados a su cabeza. Antes de acercarme miré el reflejo que la ventana abierta hacía del cuarto y noté que estaba con los ojos cerrados, durmiendo posiblemente. Le toqué la espalda y ahí me di cuenta de que no era necesario que mi viejo esté fumando para sentir esa intensa fragancia a tabaco puro. Dormido no estaba, pero la gran concentración lo mantenía aislado de la realidad. El susto con el que giró para ver quien lo asediaba no fue grande pero con su brazo desconectó el auricular y la música salió desventurada por los altoparlantes.
Estábamos en la desquería, buscábamos un disco viejo, ya muy viejo, del que mi padre me había hablado. Me había dicho Kalifornication, o kaliforniktion, o algo así, que por el solo orgullo de hacerme el entendido le asentí con un suave movimiento de cabeza y el siguió hablando, y no me dijo ¿Como que no lo conocés?, juntando los cinco extremos de sus dedos y mostrármelos cerca de los ojos, cosa que acostumbra cuando hablamos de sus viejas bandas de rock and roll y yo no los conocía. Mirando entre los discos llenos de polvillo que Jerónimo "el manco" Taboada tenia en su tienda, a Mauro se le ocurrió preguntarle al hijo del manco si sabía donde estaba o si lo tenía o si era ese el nombre real(no recuerdo exactamente). Mauro lo conocía desde hace bastante, pero aún el largo de la relación de amistad no nos dice nada. Solían ir, luego de la clase de educación física, a cazar gorriones con la honda, era una tarde saciada de belleza, la primavera en el pueblo trae estos placeres, el viento cálido, el Sol apenas caliente, las nubes todas ausentes y, justo esa tarde, poca tarea colegial. Fue una acción desencadenada en nada, cuando advirtió el presente este ya era futuro, demasiado tarde. Mauro vio el pájaro posarse suavemente y en soledad sobre una de las ramas desgajadas del pino grande, pulentin (el hijo del manco) le tiró el hondazo sin decir nada, y eso entre chicos de pueblo es jugar sucio, es ser traicionero y hasta delator en el caso que la presa consiga la huida, y si los comentarios llegan a otros oídos, podría nunca más salir a cazar acompañado puesto que la cometida es la peor de las faltas. Mauro tampoco dijo nada, le apuntó a la cabeza y con la tuerca que algún auto perdió de su rueda le tiró el hondazo. Pulentin mirando hacia adelante recibió la tuerca girando y a velocidad exedida. Esta rosó fuertemente su ojo izquierdo e impactó en su tabique, quedando como saldo de la venganza un ojo que ya no goza de transformar energía lumínica en impulsos y reacciones y un tabique hecho polvo, cual luego de sucesivas operaciones conserva su evidente deformidad. Volviendo a la tienda, la respuesta que recibió Mauro fue un "no" suave pero que no daba lugar a repreguntar. Salimos del local sin nada más que el disco que pude robar mientras el manco y pulentin buscaban las calcomanías del local en una caja de la que solo salía olor a putrefacción. Dimos la vuelta en la esquina y Mauro, que me había visto hurtando, me lo sacó de la cintura y nos dimos cuenta que había sacado el anterior, Grandes éxitos de Lenny Kravitz. En esta ocasión tampoco dijo nada, me miró y yo asentí con el mismo gesto que anteriormente le hacía a mi padre. Lo tiró dos pasos adelante nuestro y la caja se abrió. Diez o quince saltos sobre el cd, por el cual me había arriesgado a visitar la comisaria, y ya no era un ejemplar de esa colección, pero seguía conservando su genero: ¡Basura!.
Fuimos hablando, una vez más, mientas pateábamos piedras en los costados de la calle, y llegamos a ponernos de acuerdo que en el pueblo nadie vive "mal". Luego de la implementación del control poblacional mundial ya hace unos veinte años los asentamientos civiles denominados ciudades se han redistribuido rápidamente, por lo menos en este pequeño país. En el pueblo se vive mejor o peor, pero ya nadie vive como antes se decía "mal".
Faltando dos cuadras para llegar a casa la señora de Gutierrez, doña Elvira Llantos nos hizo señas con un trapo y nos acercamos. Se escuchaba asombrosamente nítido el impacto del gran chorro de agua que atravesaba la cocina y se desparramaba tiñendo de gris la pared blanqueada con cal. La señora no encontraba la llave de agua para cortar la circulación de la sangré insípida que corría vehementemente por las arterias del caserón y se derramaba en la cocina, ahora más cercana a una tina. Yo ya había arriesgado mi pellejo robando el disco, ahora era el turno de Mauro. Se sacó la remera y se sumergió en la cocina. Primero cesó el ruido, luego, salió Mauro. Mojado y temblando. Elvira nos dio media torta de limón que no se había mojado en recompensa por acudir a la emergencia. Torta que pasar por entre nuestros dientes no tardó ni el tiempo necesario para llegar a la esquina de mi domicilio.
Mi padre conserva esa antigua costumbre de fumar en la sala de entrada, o antesala de la casa. De esta manera yo, dos casas antes mediante el olfateo del tabaco quemado puedo precisar si mi padre está en la antesala o no, o si estuvo hace poco o no. El olor a humo era notorio. Entramos a casa por el patio para no cruzarnos con mi viejo, que seguro le iba a preguntar a Mauro sobre su cabeza mojada y ni yo ni Mauro teníamos ganas de dar explicaciones sin sentido. Pero al pasar no lo vimos fumando su pipa añeja, "se habrá ido hace poco" dije entredientes. Entramos al cuarto mio, el ultimo del largo pasillo que es mi casa, y lo vi a mi viejo escuchando con los auriculares en los oídos, de espalda a nosotros, sosteniendo los pequeños parlantes ajustados a su cabeza. Antes de acercarme miré el reflejo que la ventana abierta hacía del cuarto y noté que estaba con los ojos cerrados, durmiendo posiblemente. Le toqué la espalda y ahí me di cuenta de que no era necesario que mi viejo esté fumando para sentir esa intensa fragancia a tabaco puro. Dormido no estaba, pero la gran concentración lo mantenía aislado de la realidad. El susto con el que giró para ver quien lo asediaba no fue grande pero con su brazo desconectó el auricular y la música salió desventurada por los altoparlantes.
"...Wave good-bye to ma and pa 'cause
With the birds I'll share
With the birds I'll share
This lonely view
With the birds I'll share
This lonely view..."
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