Abrió, cerró. Abrió, abrió, cerró, cerró. Pulsó. Bajó un poco y se detuvo entre el tercer y cuarto piso. La alarma no funcionaba, nunca lo hizo. Buscó el rincón más cómodo y se sentó en cuclillas. Recordó entonces la noche anterior, cuando sueños confusos no faltaron. Esa noche Ilia y ella, luego de meses, iban a compartir la misma cama que tiempo atrás desarmarían con euforia y furia de sábado.
Dos días antes, Ilia, telefoneó a casa de ella. Ella empapaba su cuerpo en el oasis artificial que vaporeaba la tina, espumas, sales, cepillos, esponjas, masajeadores de madera y algún trago de cola helada; de hecho el sonar irritante del viejo teléfono nunca fue atendido. El mensaje que Ilia grabó decía: "Suena y suena y suena pero tu voz no. Soy Ilia, no son ganas de verte las que me faltan, quizá una comida o un helado, ¿o por qué no ir al cine?. ¿Mañana te parece?. Avisame. Saludos y algún beso."
Sin más que apuros, las ideas que en su cabeza se mezclaban eran demasiadas. La relación entre ella y Aston - su ex pareja - sufría un colapso total, el rumor señala que Aston y una tal Brina Serri frecuentaban el bello Motel Morrison ocasionalmente, también se dice que Magna estaba más que a oído fresco de la tensa situación, probablemente siendo solo ella la herida o muerta de esta guerra rosa.
Esperó hasta que el presente sea Jueves y con el teléfono en el tímpano marcó los dígitos de Ilia, tan rápido como si el teléfono de un amigo, o pareja fuera. Pero esta vez el ausente fue Ilia. La timidez que afloraba en sus mejillas tiznadas de un rojo algodonado no le permitió en la primer llamada dejar un recado. Acomodó con paciencia en la punta de su lengua las palabras que por el momento solo la maquina contestadora habría de oír (Ilia, ¿qué tal?. Soy Magna. Llama a casa en cuanto el vértigo te de un respiro. Hasta luego. Saludos y besos voladores!.). Pulsó los números correctos nuevamente con la rapidez que antes asombraría a ustedes, y en la espera del ¡¡beeep!! que le permita grabar su voz iba repitiendo el mensaje, una y una y una y otra vez.
- Hola; ¿Hablo con...?. - Preguntó Ilia hilvanando un tono por demás de apresurado.
- Como. No. Ah. ¿Ilia?.
- ¿Magna?.
- ¡Claro!, intento ser yo, aunque a veces no lo consiga.
- Hoy lo has conseguido. Hace unas horas en tu contestadora dejé un mensaje. ¿Estabas ocupada?.
- Demasiado.
- Bueno... ¿te veo mañana?.
- A raíz de eso marqué tu numero de teléfono. ¡Claro que me ves!, hace ya un buen rato que nuestras miradas no se cruzan.
- Sueles tener razón.
- Decime vos, mañana 10/8, 22 hs en mi casa, ¿te parece bien?.
- De película.
- Ah de eso me encargo yo, también del helado y la comida, solo tienes que...
- Magna...
- Ilia...
- Te veo mañana.
- Espero verte, te dejo un beso en la mejilla.
- Otro, pero en los labios.
Ambos reían sordamente, o mejor dicho sonreían mientras los aludes de sensaciones arrasaban montaña abajo con todo tipo de idea o pensamiento. Ansias, sospechas improbables e incomprobables, pudor, exaltación y ansias nuevamente.
El día no decía lo suficiente, en la abundancia de grises los brillos morían y todo en derredor se colmaba, embadurnado de cielo húmedo, de opacidad. Buenos Aires era un mundo devastado, atiborrado de caras duras o enmascaradas de sombra. Era así. Dueño y dolor de muchos, el frío erguía su puño de acero, dejándolo caer, ungiendo con su aire tempestuoso, las palabras irrisorias y vanas, o frágiles y tenues que nunca embisten nada o nadie. Un viernes más.
Durante las horas en que el Sol enrojecía las pieles faciales de los humanos, Magna dispuso a hacer lo necesario para la deseada noche de dos. Comida. Película. Y decidió agregar un dulce, no había helado.
Ilia ,ese viernes singular, amaneció sin ojos. Pudo como muchos enfurecer y destruir el poco de su habitación, pero por ese entonces la noticia era ya sumamente sabida, "el mal de los ojos de humo" azotaba la ciudad durante los meses de Julio y Agosto todos los años impares, dejando una huella gruesa y triste de nuevos ciegos asustadizos. Con cuantiosa calma y aplomo dejó la horizontal posición que llevaba por horas, no intentó tocarse los ojos, pensó que eso lo haría sentirse peor. Se ubicó sentado en el borde derecho de su rígida cama e intentó decir algo en voz baja, y que por ser el primer sonido emitido por sus cuerdas vocales en el día nadie pudo dilucidar a que hacía referencia. A solo metros de su ventana totalmente ennegrecida de sombra silbaban sus cantos enloquecidos los seres gigantes y de consistente esqueleto que nos digieren y nos defecan en destino. Las notas en cataratas invadían los sucios rizos de su cabeza. Estiró la mano y entre tanteos esquivos a la madera de su mesa de luz pudo acariciar la perilla del cajón. Lenta pero inconstantemente lo abrió, la tomó por el lomo, acomodó el 38 suavemente en su cien, al montar el arma el crujido del martillo tomando distancia para el golpe le recorrió en cuerpo entero haciendo resonar sus huesos y caer una gota pura desde su glándula lagrimal, disparó.
Magna y su hermana Rea esa noche hicieron chasquear unos humeantes nachos con salsas suaves y dulces. La alarma de los afectados sonó exactamente a las 17:15 pm ese viernes.
El sábado, ni Rea ni Magna amanecieron con dolor de estómago, solo que a Rea le faltaban ambos ojos.
15 de agosto de 2007
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1 comentario:
Gracias por pasar y dejar tu huella...no sé cómo habrás llegado hasta mi lugarcito...
Muy lindo tu blog, interesantes textos...gente grossa y Sartre (tremenda redundancia).
Seguiré pasando! viistame cuando quieras
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